Las relaciones más
complicadas se encuentran con la primera generación, tanto mirando arriba como
abajo, es decir entre padres e hijos. Las relaciones con los abuelos y los
nietos separados por dos generaciones no son tan complicadas, puesto que se da
por sentado que existen muchas diferencia educacionales y sociales entre ambas
generaciones y se respeta dicha distancia.
Existen dos tipos de
relaciones entre padre e hijos que acaban comportando problemas y que forman
parte de los dos extremos.
Por un lado tendríamos
al padre/madre “colega”, que pretende
ser amigo/a de sus hijos. Los que tratan de aconsejar cual amigo se tratara y
pierden de vista su rol. Para esto ya tienen a sus amigos, de parecida edad y
parecidos intereses. No tenemos que perder de vista que la sociedad es
cambiante y no existen ni épocas más correctas que otras, ni tiempos mejores o
peores, simplemente son diferentes, y aunque la experiencia de los progenitores
es un grado, a lo mejor no sirve al cabo de veinte años.
Por otro lado
tendríamos al padre/madre “jerárquico”, el que marca una línea gruesa entre las
dos generaciones, creando un gran vacío entremedio que hace imposible una
comunicación fluida y dinámica. Del típico “porque yo lo digo”, “aquí mando
yo”, “vas a hacer lo que yo te diga”, etc. La relación es de un estamento
superior (los padres) hacia un estamento
inferior (los hijos), obligando a estos a que cumplan con las órdenes que el
estamento superior impone.
Parece que entre estos
dos extremos, parecería que el primero es mejor que el segundo, pero no es así.
El padre/madre “colega” puede perder de vista su rol y acabar creyendo que se
trata de un amigo/a para su hijo/a. Le va a aconsejar sobre las decisiones que
tiene que tomar, lo que “él o ella” haría en su lugar, lo que escogería,…. Pero
con una diferencia de edad, por lo general, superior a veinte años. Si vemos
como era la sociedad en márgenes de veinte años, no es lo mismo, ni se
asemejan, los 60, los 80, o los 2000. Se pueden acabar dando consejos que
actualmente resultarían obsoletos, perdiendo de vista también la objetividad. E
incluso se pueden trasladar problemas de adultos a niños que, por su edad, no
están preparados para ello.
El otro extremo ya es
más evidente que la relación no es buena, puesto que no hay relación. La falsa
idea de preparar a los hijos para la vida, cual militar se tratara, rompe el
lazo emocional que debería existir entre padres e hijos. Por norma general,
ante tanta orden llega el momento de la revolución filial, cuando el hijo/a se
revela y empieza a incumplir las órdenes que recibe. Luego empieza la lucha por
el mando, el tira y afloja de la cuerda que suele llevar a que ésta se rompa.
Para los padres, serán los hijos quienes la han roto, para los hijos serán los
padres, pero el resultado será “una cuerda afectiva rota”
Pero al fin y al cabo,
ni los padres nacen “aprendidos” ni los hijos tampoco, simplemente forman parte
de dos generaciones distintas. Y lo que tendrían que hacer los hijos cuando son
padres es comprender que el comportamiento de cada persona forma parte de “sus
circunstancias”. Cuando se deja de juzgar por lo que se hizo y se intenta
restablecer el lazo “dañado”, ya como una relación de adulto a adulto, a lo
mejor se pueden llegar a comprender y perdonar daños mutuos.
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