Las emociones siempre han sido
consideradas nuestra parte más salvaje, más incontrolada y la vez la que
nos acerca más a los animales. Las emociones nos desbordan porque nos
cuesta mucho poder controlarlas de una forma racional, pero no tiene que
ser así forzosamente. Las emociones se pueden canalizar y el que dirige
este proceso es el pensamiento.
Si lo comparamos con un río, el agua que fluye serían las emociones y el cauce del río, nuestro pensamiento.
Cuando un río presenta un buen cauce (sin manipulaciones externas) y el
agua fluye corriente, sin grandes dificultades y de una forma natural,
el río ni se desborda ni se estanca.
Tenemos que acostumbrarnos a nuestras emociones sin darles un signo, ni
positivo, ni negativo, las emociones son neutras y solo es positivo o
negativo el resultado que estas producen.
Un exceso de ira, sería
como un exceso de agua en un río, acaba por desbordar dañando todo lo
que encuentra por delante. Pero una falta de ira, sería como un río sin
agua, no tendría ni la vida, ni el fluir de su energía.
El
equilibrio de las emociones se basa en evitar extremos, pero sin
negarlas. En dejar que fluyan, pero sin desbordarlas. En usar el
pensamiento como conductor y guía, que las permita expresar, pero de
forma equilibrada.
A nivel energético se equiparan las emociones a
los chakras más básicos, a los colores más cálidos (el rojo se
considera un color de ira y de energía); a su vez el pensamiento se
equipara a los chakras superiores, a los colores más fríos (el azul se
considera un color del intelecto). La energía de los chakras superiores y
la de los inferiores, confluyen en el chakra central (el verde, el
chakra del corazón) y es el punto dónde ambas energías se transforman en
sentimiento, que es la vía de comunicarnos con el Mundo y todo lo que
en él se haya.
No es cuestión de controlar las emociones, sino
cuestión de domarlas y dejarlas que fluyan sin resistencia pero en
equilibrio. En este punto es dónde hallamos la Paz.
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